sábado, mayo 19, 2007

IV. LAICISMO: LA NECESIDAD DE HUMANIZAR LA EDUCACION Y APRENDER EN DEMOCRACIA

“Si con esta investigación sobre la naturaleza del entendimiento logro descubrir sus poderes: dónde llegan, dónde faltan, a qué se prestan, supongo que ello resultará útil para convencer al ocupado intelecto del hombre para que sea más cauto al entrar en cuestiones que exceden su comprensión, menos atrevido cuando está en el límite de su capacidad y con ello pueda detenerse en callada ignorancia frente a las cosas que están más allá de nuestra posibilidad.”
(John Locke)


IV.1. De qué estamos hablando entonces
IV.2. Aunando criterios para un concepto de educación
IV.3. Libertad de conciencia. Libertad para acceder al conocimiento
IV.4. La educación en democracia... ¿Es posible?
IV.5. Hacia una educación centrada en el pueblo, en el laos


IV. LAICISMO: LA NECESIDAD DE HUMANIZAR LA EDUCACION Y APRENDER EN DEMOCRACIA

“Ya son tiempos remotos aquellos en que la civilización primitiva e incipiente era flor precaria de las orillas de un río fecundante o de una meseta feraz, y en que un pueblo privilegiado, encerrado entre sus montañas, se consideraba el único señor de la tierra e ignoraba hasta la existencia de algún no lejano vecino tan poderoso como él”.[1] Son palabras que llaman la atención, y por cierto al análisis de un fenómeno sociológico en el que aquellas montañas hoy suelen ser soslayadas cada vez con más frecuencia y facilidad. Y refiriéndose a una nueva civilización mundial, continúa aquel autor diciendo que “Las palpitaciones del universo social se sienten, de una manera casi instantánea, doquiera que late un corazón humano”. Fácilmente uno puede pensar, luego de leer estas palabras, que se trata de algún discurso de analistas sociales de los que hoy abundan en los periódicos refiriéndose a la globalización y a sus consecuencias, y más específicamente a los graves hechos que sacudieron al mundo en los inicios de este siglo. Y es por ello que resulta sorprendente que fuesen escritas el primer cuarto del siglo pasado, y nada menos que por el fundador de la Universidad de Concepción. Don Enrique Molina era de esos intelectuales que integraba el selecto grupo de quienes, pensando su país, hicieron los aportes más trascendentales para el desarrollo cultural de Chile; por lo que nos queda la responsabilidad de tomar su bandera y seguir por aquella senda que nos trazaron.

IV.1. De qué estamos hablando entonces

Una vez que establecemos los vínculos entre el espectro educacional y el histórico; una vez que constatamos el estado de la estructura educacional chilena y sus proyecciones; una vez que analizamos las alternativas que presenta un proceso de acortamiento de las distancias entre las comunidades del mundo, como es la llamada globalización; es posible establecer que, según sea el paradigma educacional que se adopte será el tipo de sujeto que obtendremos como resultado de los diversos procesos de enseñanza aprendizaje a los que esté expuesto éste más la correspondiente componente social, por lo que es necesario definir los ‘objetivos objetivos’ al momento de optar por uno u otro paradigma, ya que ambos postulan formas distintas de relacionarse con el mundo y con el hombre. Y es esta relación del hombre con el hombre y con el mundo, precisamente, la que debe estar mediatizada por una visión amplia y libre, sin barreras que dificulten o trunquen las posibilidades de desarrollo intelectual del sujeto, ni mucho menos que lo dogmaticen o distorsionen su visión del mundo. Ejemplo claro de lo anterior es el caso de sujetos que, educados en torno al dogma de una deidad universal, (dios, alá, iahvé, etc.) acometen contra la vida de otros que, según su religión, no son los elegidos; o la enseñanza basada en xenofobia o en la contraposición de pueblos o culturas; o la educación fundada en la negación de un sistema político adversario sumado al correspondiente adoctrinamiento a favor del régimen imperante. Es eso precisamente lo que conlleva la imposición de dogmas en la escuela, la adopción de valores como el odio, la insolidaridad, la xenofobia, la enajenación del sujeto frente a la humanidad y a la diversidad de ideas que ella contiene.

Un ejemplo de lo anterior es el de los tipos de enseñanza que actualmente, y así como hace cien años, siguen girando en torno a los dos paradigmas educacionales, y que a su vez surgen de esta milenaria confrontación ideológica en torno a nuestro origen, como son la enseñanza religiosa y la no-religiosa. Así, mientras la enseñanza teológica basa el estudio, o mejor dicho lo limita, a aspectos que justifiquen los fenómenos de la naturaleza y la idea del origen divino del mundo; la enseñanza no religiosa, o laica, por su parte, promueve la búsqueda de la verdad, y la observación científica de los fenómenos, en el entendido de que todos los miembros de la comunidad piensan de modos diversos. Y es por ello que, a la luz de los actuales hechos, conviene preguntarse si existe hoy en día, en pleno proceso de globalización, y con los antecedentes científicos disponibles tanto en los medios escritos y audiovisuales como en la World Wide Web, respecto de nuestros orígenes, nuestro presente y nuestras proyecciones en el universo, un paradigma mitológico que pueda atribuirse ‘la verdad’ e imponerse al resto del mundo. Por lo tanto, se subentiende que quien administre la estructura educacional e instruccional del país no debe tener propósitos dogmáticos, sino más bien perseguir el libre desarrollo intelectual del hombre.

[1] “Por los valores espirituales”, Enrique Molina; Editorial Nascimento, Chile 1925.