sábado, mayo 19, 2007

II. VALENTIN LETELIER (1852-1919): LA VIGENCIA DE SU FILOSOFÍA


“En verdad, cuando en un día lejano celebremos un congreso pedagógico cuyos individuos todos se hayan amamantado en la universidad nacional, podremos decir con fundamento que vamos en camino de restablecer la unidad del intelecto, hoy destrozado por la contención de doctrinas contradictorias.”
(Valentín Letelier)


II.1. El encuentro con el educador y filósofo
II.2. La Filosofía de la Educación
II.3. Estado Docente e Instrucción Pública
II.4. Una discusión pendiente



II. VALENTIN LETELIER: LA VIGENCIA DE SU FILOSOFÍA


II.1. El encuentro con el educador y filósofo

Sin duda que para la autoridad que reviste el nombre de don Valentín, su presencia en uno de los capítulos de este trabajo, sólo como un capítulo dedicado a este educador, y no como un trabajo completo dedicado a su obra, que es lo que ameritaría, se debe a que precisamente este trabajo surge por la necesidad de dar una mirada a nuestra escuela, a su historia y su proyección, y se pensó con base en los elementos con los que se contaba, luego se propone una educación chilena, democrática y laica, a partir de lo que se podía rescatar de las lecturas ‘exigidas’ durante la formación docente, en las que figuran autores que poco se refieren a este tema, salvo el educador brasileño Paulo Freire, quien claramente se inclina por una escuela ‘liberadora’ y democrática; y lo que como estudiante se podía proveer de bibliografía en una de sus principales fuentes, como es la biblioteca central de esta casa de estudios. De tal forma que el encuentro con la obra de don Valentín Letelier es producto de la búsqueda bibliográfica en la que me encontraba para dar forma a mi trabajo, y fue la insistencia de la magnitud de una de sus obras más importantes –desde mi perspectiva, por supuesto, y de acuerdo a lo que otros autores señalan en sus respectivas obras-, la “Filosofía de la Educación” (1912), que me obligó a incluirlo, lo que exigía, dentro del respeto que se merece, un capítulo exclusivo. Esto, además, es una forma de solidarizarme con quienes, por una cuestión de oportunidades, aún no han tenido una referencia que los invite a leer al educador y al filósofo, para que conozcan parte de la historia y de los orígenes de nuestra escuela, por lo que intento dar a conocer una mínima parte de lo que dio renombre al ex rector de la Universidad de Chile.
De acuerdo con el tema de mi trabajo, parte de la bibliografía debía estar relacionada con la educación chilena, con el Estado y con el laicismo, por lo que la recurrencia a autores chilenos me llevó a leer desde breves artículos en la Revista de Educación hasta viejos libros de la colección pasiva de la Biblioteca Central (UdeC), en ella comencé por revisar, entre otros, a Roberto Munizaga Aguirre, quien en varios de sus libros citaba con frecuencia a don Valentín, por lo que mi curiosidad me obligó a averiguar quién era ese a quien citaba con tanta devoción. Para entonces mi idea de una educación laica, sin dogmas de ningún tipo dentro del aula, era algo poco abordado en los textos analizados dentro de la formación docente, inclusive se le daba poca importancia, o mejor dicho, no se consideraba un aspecto relevante en el desarrollo del sujeto, en las escasas instancias de conversación entre profesor y alumnos; por lo que leer a Munizaga ya era bastante, en lo que respecta a su libro “Educación y Política” (1943) que responde al texto íntegro de tres conferencias dictadas por dicho autor en la Universidad de Chile, de donde era docente, en torno al ‘problema de la neutralidad escolar’. Luego, a raíz de aquella lectura, tuve el gusto de leer “Algunos grandes temas de la filosofía educacional de don Valentín Letelier”(1943), donde expone –en otra conferencia- sus impresiones en torno a una de las obras de mayor renombre de Letelier, de tal suerte que de a poco me fui acercando a un autor que vino a reclamar sus créditos en estas páginas, para llamar la atención de jóvenes maestros, profesores en formación que, sin ser culpables ellos de su ignorancia, más sí sus guías, desconocen aspectos que siendo planteados hace un siglo, aún guardan vigencia en el espectro educacional chileno. Ellos no pueden salir a las escuelas a enseñar, sin antes haber salido de aquella inopia intelectual sobre la historia de la pedagogía chilena.
El libro al cual he aludido anteriormente, y más específicamente su primera edición, fue editado en 1892, luego de las vicisitudes propias de la ‘guerra civil’ del ’91, donde, apresado por las fuerzas leales al ejecutivo, se abocó a lo que era su pasión, según él mismo cuenta en el prólogo de la segunda edición de la misma obra, “Empecé a escribir la Filosofía de la Educación en enero de 1891, tan pronto como me escondí para escapar a las persecuciones de la dictadura; continué la obra en la cárcel, adonde fui llevado a fines de marzo; y cuando el 7 de mayo se me trasladó a la penitenciaría, juntamente con otros trece reos políticos, dejé el manuscrito de primera mano en poder de don Daniel Ortúzar con encargo de entregarlo al siguiente día a don Pedro Félix Salas Errázuriz, hermano de uno de mis cuñados, para que me lo guardase hasta que se normalizara la vida en la República. En septiembre, al volver de Iquique, adonde habíamos sido relegados 70 de los reos políticos, recogí el manuscrito y, en el acto, empecé la redacción definitiva de la obra”.

Resulta notable que en aquella época Letelier fuera capaz de desarrollar un trabajo como el que nos convoca, y que hoy, con la libertad y los medios con los que cuentan docentes de diversas universidades, no es posible emular su magnitud, esa misma que llevara su obra a los más diversos rincones del quehacer educativo hispanoamericano y europeo, y que, en poco tiempo, agotara su primera edición y demandara la reimpresión de aquella imprescindible obra de consulta. Aunque él mismo se encarga de objetar la validez de aquella obra, al momento de prologar su segunda edición, en 1912, mostrando no sólo humildad, sino que una actitud digna de un educador y propia del pensador visionario que era, lo que se manifiesta en sus palabras respecto de la reimpresión de un libro que satisficiera las reales necesidades de la instrucción pedagógica, “Mas, escrita como fue esta obra entre los años 1891 y 1892, no era cuerdo que me concretase a reimprimirla en su forma primitiva, porque la primera edición, que no comprende la síntesis de las importantes doctrinas pedagógicas que se han desarrollado en los cuatro lustros posteriores, había envejecido desde antes de agotarse. ...Cuan atrasada había quedado la obra por causa del rápido desenvolvimiento de las ciencias pedagógicas... Para ponerla al día, hube de decidirme, en interés de la instrucción pedagógica, no obstante mis múltiples ocupaciones, a ejecutar un arduo trabajo que tuvo por objeto completarla incorporando en ella las nuevas doctrinas”.
...
Imagen obtenida de: www.memoriachilena.cl

No hay comentarios.: