sábado, mayo 19, 2007

III. GLOBALIZACION: UNA NECESIDAD DEL HOMO SAPIENS

“A nuestras apartadas playas de Chile han llegado también las hondas consecuencias del conflicto, a veces amortiguadas por la distancia, pero en toda su intensidad en el orden económico. Este hecho constituye para nosotros un argumento irrefrenable de que no es posible concebir hoy la nacionalidad sino en armonía con la humanidad.”
(Enrique Molina)


III.1. Antecedentes antropológicos
III.2. Historia Universal, el paradigma romanístico
III.3. La historia y la semántica van de la mano
III.4. La modernidad y la obsolescencia de los muros
III.5. El ‘fenómeno’ del siglo XXI
III.6. El choque de paradigmas
III.7. Comprender el medio social y cultural



III. GLOBALIZACION: UNA NECESIDAD DEL HOMO SAPIENS

Eran casi las nueve de la mañana, ya estaba por salir al colegio, donde tenía que hacer clases a partir del segundo bloque. Aquel 11 de septiembre había comenzado espantosamente, como un fantasma que visitaba después de 28 años a ciudadanos que hacían inútiles esfuerzos por olvidar aquella sangrienta jornada de 1973, aquella que acalló las voces de quienes decían tener la razón -el otro bando se hizo escuchar más que nunca desde entonces-. Me tomé el tiempo como para documentarme lo suficiente sobre lo que estaba pasando, no sin cierta incredulidad frente a tan impactantes imágenes que llegaban en tiempo real desde la zona cero. Iba camino al colegio, repitiéndome las imágenes e intentando explicármelas; y mayor era mi sorpresa al constatar que todo se debía a un intento por imponer o defender un paradigma, y peor aún, una idea teológica. Y ahí estaba, el profesor frente a sus alumnos, intentando ordenar las ideas que llovían en la sala; aquella que hasta antes del recreo había tenido a aquellos niños muy atentos a la exposición del profesor de religión, que intentaba con mucha vehemencia convencer a su auditorio de que ‘dios era universal’, y que sólo en el libro sagrado estaba toda la verdad.

Lo cierto es que desde ese día muchos nos dimos cuenta de lo mal informados que estábamos, de lo mal que habíamos sido informados (educados) y de lo mal que estábamos informando (educando) acerca de la diversidad de culturas y paradigmas filosóficos que flotan en nuestra atmósfera. Y que aquellos motivos que causaron los eventos en Nueva York hace muchos años que están presente en los textos especializados en historia y antropología.

José J. Brunner, días después, recordaba que “A comienzos de la década pasada, Huntington caracterizó al mundo que se inauguraba tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la guerra fría como uno de ‘choque de civilizaciones’. En adelante, predijo, los conflictos se trasladarán al plano de las identidades más primarias de la gente, las que están siendo amenazadas por la modernización y la globalización. Al fondo, lo que encendería las pasiones y animosidades de unas civilizaciones contra otras serían sus sentimientos más básicos: ‘distintas visiones sobre la relación con Dios y el hombre, sobre la ciudadanía y el Estado, sobre los padres y los hijos, sobre la igualdad y la jerarquía[1]...

Conviene precisar aquél fenómeno sociológico de nuestra era, a partir de lo señalado por François-Bernard Huyghe, para quien “La ‘globalización’, la ‘mundialización’, todas esas nociones –que a su vez han viajado- y mediante las cuales se intenta resumir los cambios recientes, designan tanto la circulación de bienes y mercancías como aquella, inmaterial, de los conocimientos, modelos, juicios... Las concepciones filosóficas y políticas imperantes en Occidente exaltan la fecundidad de una libre circulación de ideas que la técnica parece facilitar.”[2] Luego, los inicios de aquel viaje debemos buscarlos en tiempos muy pretéritos, que es precisamente cuando comienza a gestarse esta nueva forma de relacionarse con el entorno, entre humanos.



III.3. La historia y la semántica van de la mano

La historia ‘publicada’ y difundida, por lo tanto, gira en torno a los imperios, en torno a las hazañas de los emperadores; gira en torno al círculo que rodea a los emperadores, a los nobles –se subentiende que el resto es innoble, como el ‘Chavo del 8’ que, en su ignorancia, pensaba que era noble, por lo que su repetida frase puede corregirse y resultaría más exacta, pensando en los nobles que influyen en la redacción de la historia y ambicionan dejar su apellido ilustre entre sus hojas, es decir, ‘se aprovechan de su nobleza’- como hoy lo hacen los medios de comunicación (basta leer las revistas de hoy). Es curioso que el ejemplo del ‘Chavo’ nos lleva al análisis de nuestro lenguaje, que ha sido permeado por esa nobleza que dirigía la educación de las colonias, encargada a sus mentores espirituales, aquellos que reafirmaban el origen divino de su linaje. Entonces tenemos una serie de conceptos con acepciones que legitiman posiciones sociales como atributos humanos, o cuestiones actitudinales como posiciones sociales, como son: nobleza, por bondad, de tal forma que la condición de ‘noble’ pasa de ser una posición elitista y discriminatoria de la clase ‘no noble’, plebeyos o pueblo, a una ‘actitud’, una característica de personalidad loable, aceptable; así también el caso de la ‘modestia’, como sinónimo de ‘pobreza’ –la económica, que es la que vale para efectos cívicos-, la que se ha suavizado incorporándole el apellido ‘espiritual’ por quienes han asumido el rol de intérpretes plenipotenciarios de una divinidad que se supone todopoderoso (omnipotenctis) –luego no necesita traductores, emisarios o representantes-, y tradujeron sus ‘buenas nuevas’ –que, de hecho, estaban dirigidas a la audiencia palestino-judía- de tal manera que nadie que las leyera sospechara que se refería a los pobres –no de espíritu-, a los esclavos, a los marginados tanto por la nobleza de sus tribus como por el imperio romano. Actualmente, y no sólo en Chile, se habla de ‘humildes’ cuando se refiere a los pobres, a la clase baja, por lo que ya poco se habla de pobres, como una forma de negar la existencia de pobres, o reemplazarla por una forma con menos carga semántica para los pobres que se avergüenzan de aquello, algo que debería avergonzar no a quienes la padecen, sino a quienes engordan sus barrigas con el dinero que se niegan a pagar por el trabajo contratado, transacción en la que siempre el que vende su trabajo debe hacerlo a muy bajo precio. ‘Clase baja’, a propósito, lo que significa que son los que están abajo; la divinidad está en el cielo, en lo alto, arriba, y su representante, el patriarca, faraón, rey o emperador, rodeado por los nobles, por supuesto que también está en aquella posición tan privilegiada. Luego, aquella clase ‘baja’ vive en una ilusión alimentada por quienes los miran desde arriba, de llegar a lo más alto, por lo que retroalimentan su creencia en divinidades, que sería lo único que los rescate de la ‘humildad’, aunque los materialistas trasnochados pretendan que hay otra alternativa al opio. La clase media, en tanto, está en el tránsito constante, como flotando entre lo terrenal y lo celestial, hacia lo alto, aunque amenazado por las vicisitudes del Mercado que lo pueden acercar a la clase alta, como también lo pueden sepultar en un barrio ‘humilde’.

Por último, hay una palabra que en el Chile de los ’90 se ha hecho muy popular, y que pareciera interesarle más a quienes acometieron contra el bando civil, el pueblo -ése que no está organizado ni armado, ni recibe los recursos para su preparación militar-, en una ‘guerra’ que sostuvieron durante más de tres lustros y que sólo creían válida los que mantenían a la junta militar en el poder. Aquella ‘reconciliación’ de la que se habla tanto, como si fuera un abrazo fraterno de hermanos que han peleado y que, entre lágrimas, se profesan el amor que siempre se han tenido -en el caso de la última dictadura militar no se trataba precisamente de la confrontación de hermanos que se amaban-; aquella reconciliación a la que llaman con ahínco las instituciones militares, judiciales y políticas, y las instituciones religiosas, por supuesto, se parece mucho a aquella que otorgaba esta última institución hace cinco siglos, y que tenía un carácter muy distinto, como se lee en el siguiente fragmento que relata los procedimientos del Santo Oficio español en 1485: “Las batidas que sorprenden a las comunidades grandes y poco desconfiadas, son muy productivas. El sistema de «reconciliación en periodo de gracia» posibilita espectaculares hornadas de varios centenares de condenados. El principio es el siguiente: cuando los inquisidores llegan a una población, los delincuentes disponen de un cierto plazo para denunciarse a sí mismos espontáneamente. En cuyo caso se les absuelve y se les integra al ceno de la iglesia, de donde su herejía les había hecho salir (reconciliación).” Antes de tal absolución, obviamente, los reconciliados debían escarmentar su culpa marchando en procesión por los poblados, desnudos hombres y mujeres, con una vela en la mano “...Los quales eran fasta seteçientas y cinquenta personas... Y con el gran frío que hazía, y de la desonra y mengua que reçebían por la gran gente que los mirava, yvan dando muy grandes alaridos, y llorando algunos se mesavan... Yvan muy atribulados por toda la çibdad, por donde va la proçession el día de Corpus Christi, é fasta llegar a la iglesia mayor ... donde les dixeron missa é les predicaron. E después levantose un notario y empeçó de llamar a cada uno por su nombre e diziendo así: «Está ay fulano?». Y el reconciliado alçaba la candela y dezía: «Sí». E allí públicamente leya todas las cosas en que avía judayzado.” [3]

Queda claro que la reconciliación a la que se nos llama ‘a todos los chilenos’ –incluso a quienes recién nacíamos durante los ‘mil días’- no se piensa en la misma forma que se relata, aunque pareciera tener el mismo sentido, como el padre que recibe al hijo pródigo, tomándolo cariñosamente de una oreja para sentarlo nuevamente en la mesa familiar de la que nunca debió salir, es decir, que nunca debió haber considerado otros paradigmas ni mucho menos debió haber luchado por conseguirlos. Porque según se aprecia en los medios de comunicación, el sector reprimido, el de los torturados y asesinados, es el que se resiste a la reconciliación. Cabe preguntarse entonces ¿quiénes deben marchar en esa procesión?. En fin, la respuesta sólo se sabrá cuando hayamos dilucidado la serie de conceptos que nos han llegado a través de los tiempos y una vez que sepamos su origen, y el contexto en que surgieron. Conocer nuestra historia nos ayudaría a cicatrizar las heridas de la Patria, aquellas que surgieron por ‘malentendidos’ por parte de dos bandos, miembros de una generación que se educó en una misma estructura, donde se les enseñó que había verdades absolutas, dogmas no sujetos a la discusión, y que los hombres fueron hechos a semejanza de una divinidad que creó el mundo para ellos, sólo para ellos, para que lo exploten y gocen de sus recursos; cortando árboles, matando animales, ensuciando aguas, etcétera; y que se debía negar la condición de humano a quien no ‘comulgara’ con sus ideas, con la idea de un sólo ‘creador’; “que por la auctoridad apostólica a Nos concedida vos facemos, constituimos, creamos e deputamos inquisidor apostólico contra la herética pravedad y apostasia en la inquisición ... para que podades inquirir e inquirades contra todas e cualesquiera personas, ansi hombres como mugeres... que se hallaren culpantes, sospechosos e infamados en el delito y crimen de heregia y apostasia; y para podais facer y fagais contra ellos vuetros procesos en forma debida de derecho según los sacros canones lo disponen”.[4]

[1] “El difícil camino hacia la sociedad global”; El Mercurio, domingo 16 de septiembre de 2001.
[2] “Cuando las ideas andaban a pie”, Revista Correo de la UNESCO, mayo de 1997
[3] “Inquisición española: poder político y control social”: Bartolomé Bennassar, Ed. Crítica 1981.
[4] Op. Cit. Bennassar, 1981

No hay comentarios.: